-“Este muchacho debió
crecer viendo las películas de Bruce Lee”-, dijo el comentarista que compartía
con todos los colombianos la alegría de la medalla de bronce alcanzada por Oscar
Muñoz. Y es probable que así sea, y que el
apunte haya sido acertado, pero hay que aclarar que si esto ocurrió fue más por
la afición de Oscar por las artes marciales que por un interés de juventud.
Cada generación tiene
sus héroes y con seguridad que los amigos del barrio de Oscar no han visto
ninguna película de Bruce Lee, aunque es probable que conozcan todas las de Jet
Li, Jean-Claude Van Damme, y de pronto, las de Jackie Chan, pero del maestro
Lee poco sabrán.
La mayoría de los
jóvenes de hoy se deleitan con las jugadas de Lebron James, algunos recuerdan a Michael Jordan, unos pocos habrán escuchado
algo de Larry Bird y de Magic Johnson, pero lo más probable es que ninguno
tenga idea quién fue Wilt Chamberlain.
Los amigos de Oscar disfrutan con los goles de Falcao, admiran a
Maradona e idolatran a Messi, por lo tanto no entienden como sus padres
insisten en compararlo con un señor al que le dicen el Rey Pelé a quien ninguno
de ellos ha visto ni en televisión. Para
completar, seguramente que ninguno de ellos sabe quiénes son Jesse Owens, Mohamed
Alí, Mark Spitz, Nadia Comaneci, Javier Sotomayor, Johan Cruyff ni Roberto
Clemente.
Los amigos de Oscar
con seguridad no saben, ni han escuchado nunca de Helmut Belllingrodt ni de Clemente
Pérez ni de Alfonso Rojas, los primeros medallistas olímpicos nacionales. Los primeros que dijeron al mundo que existe
un país llamado Colombia, que quiere y puede cuando se lo propone. Es probable que no sepan que Helmut repitió
medalla en 1984 ni que en tierras coreanas Eliecer Julio brilló en el boxeo en
1988 ni que Ximena Retrepo fue la primera en ganar medalla de atletismo en unos
Juegos Olímpicos. Para ellos la historia
comienza con María Isabel Urrutia y su medalla de oro en pesas.
Lo que si es muy
probable es que los amigos de Oscar les cuenten a sus hijos y a sus nietos que
celebraron con alegría cada una de las ocho medallas que obtuvo Colombia en los
Juegos Olímpicos de Londres y que al igual que muchos colombianos lloraron con la medalla de oro de Mariana
Pajón. Definitivamente que estos Juegos
Olímpicos marcaron un hito sin precedentes en la historia, no solo deportiva,
del país.
La cuestión es
simple, como se anotó, cada generación tiene sus héroes. Esto es apenas normal, pero no debería serlo
para nosotros. Todos los colombianos
deberíamos conocer, desde la clase de educación física en la escuela primaria, y
desde la casa materna, sobre los logros del deporte colombiano y sus protagonistas.
Esto debe ser parte de un gran propósito nacional, el compromiso de
mirarnos al espejo y considerar de manera seria y determinante ¿quiénes somos y
qué queremos? -“Conócete a ti mismo”- plantea el aforismo griego en una
invitación que aún no ha dejado de tener vigencia.
Los logros de los
atletas han sido, desde la antigua
Grecia, objeto de reconocimiento social, ejemplo para la juventud y
manifestación de nacionalismo. No hay
que caer aquí en el error del nacionalismo barato de la baba y la harina, sino
del nacionalismo real que pretende construir un país con una intensión clara de
futuro.
En países tan
diferentes como Estados Unidos, Rusia y Cuba, los medallistas olímpicos y
paralímpicos son invitados a colegios de secundaria a compartir con los
escolares sus experiencias. Ellos cuentan
cómo el deporte les permitió estudiar, viajar, conocer, crear una base
económica y lograr reconocimiento social. Los deportistas de éxito son el
reflejo de lo bueno que hay en cada sociedad, ellos personifican la disciplina,
la constancia, el esfuerzo, el respeto por los rivales y la posibilidad de
soñar. Ellos son los que nutren las
esperanzas de muchos jóvenes que se
debaten entre la escuela y la pandilla; entre el honesto trabajo diario y la
riqueza rápida y arriesgada. Ante tanta
influencia negativa que rodea a los jóvenes de hoy las medallas obtenidas por
nuestros atletas en Londres deben servir para contribuir con la construcción de
una mejor sociedad. Más allá del carro
de bomberos, de la fotografía con el alcalde y de los reconocimientos de los
patrocinadores; todo esto merecido y necesario, los logros de nuestros
deportistas tienen que servir para sacudir esa atáxica fibra social que nos ha
ido acostumbrando a la bajeza y la corrupción.
Cuando Edgar Rentería triunfaba con los Marlins de la Florida, y ganó la
serie mundial, se agotaron las existencia de bates de béisbol en los almacenes
bogotanos y cuando Juan Pablo Montoya estaba triunfando en la fórmula 1 las escuelas de karts aumentaron su
matrícula pues el valor inspirador de sus logros hizo que miles de niños y
jóvenes se interesaran por ese deporte.
Ahora que se baja el
telón de los Juegos Olímpicos y que el país se encuentra viviendo la resaca
dulce de las medallas empieza una segunda etapa. En dos semanas viajarán a Londres
los 38 deportistas nacionales que participarán en los Juegos Paralímpicos y
quienes tienen la dura responsabilidad de competir dignamente tal como lo
hicieron los 104 que ya regresaron. Los
Juegos Paralímpicos son la continuación de la gran fiesta deportiva de la
fraternidad y nos corresponde a todos apoyar y seguir los eventos para ser
coherentes con el esfuerzo de aquellos que lograron el mérito de representarnos
en tierras inglesas. Así como aprendimos
los nombres de Mariana, Rigoberto, Oscar, Katherine, Jackeline, Yuri, Oscar
y Carlos Mario, debemos ahora hablar de
Moisés, Néstor, Alvaro, Daniel, María Angélica, Yanibe, Rodney y los demás miembros
de la delegación, pues ellos tratarán de elevar la bandera nacional en lo más
alto del podio representando a un mismo país heterogéneo y particular. Es por eso que necesitamos que los amigos de
Oscar, finalizada la merecida parranda de bienvenida, estén pendientes de este
equipo, al igual que debemos estar pendientes todos los colombianos.
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